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Sirena y Tritón

  • Nesa Serna
  • 22 ago 2022
  • 3 Min. de lectura

En la profundidad del océano existían dos mellizos, Sirena y Tritón, ambos hermosos, apasionados y entregados a su grande reino que era el mar. Mientras ella poseía ojos al color del acero derretido, los de él eran como la grande sombra negra que cubría su hogar cuando el sol se iba para dar paso a la gorda luna.

Sirena y Tritón se querían, se pertenecían, desde niños supieron que su sentir cruzaba aquellas líneas de la moralidad, de lo correcto y lo sano, más ambos sabían que no podían estar juntos porque cada uno estaba comprometido con seres poderosos habitantes de la tierra que a la corta edad de cinco años los habían reclamado, marcado. Sin embargo, para olvidar esa terrible decisión que sus padres hicieron por ellos, pasaban su tiempo desafiándose.

Sirena disfrutaba retar a Tritón a grandes carreras para ver quien era más ágil y rápido. Amaba con todas sus fuerzas aletear la grande cola que poseía pues sus escamas, que eran de un color azulado y verdoso, brillaban cada que los rayos solares se filtraban al agua. Ella reía y reía, nunca permitía que la tristeza la envolviera y eso hipnotizaba a su hermano.

Pero un día dicha risa cesó cuando ella salió a la superficie siendo así capturada por unos viles humanos que navegaban en barco. Tritón, en cuanto notó la ausencia de Sirena, tomó su mejor navaja y nadó a una velocidad apresurada para buscarla pues un dolor en su pecho le advirtió que algo andaba mal y, en efecto, apenas llegó al punto donde ella estaba miró el momento exacto en que una espantosa red capturaba a su hermana y no dudó en aferrarse con uñas a ella. Desgraciadamente Sirena no pudo ayudarlo porque dicha red poseía un veneno que al hacer contacto con las escamas de la cola la sumían en un profundo y devastador sueño.

Tritón luchó y luchó. Intentó cortar la red maldita, pero era imposible pues tarde descubrió que no era una red, sino alambrado, uno tan fino que no podía distinguirse la diferencia.

Su mano empezó a dolerle, a sangrarle, más él no se detenía porque no podía permitir que lo alejaran de Sirena. Ella le pertenecía, tal como él le pertenecía a ella e imaginarse viviendo en el mar sin su presencia lo aterraba.

—¿Ya lo vieron? El sirenito lucha en vano —se mofó uno de los crueles marineros, lanzándole cenizas del cigarro que fumaba, quemando así la delicada piel de Tritón.

—¡Suéltenla! ¡Ella no es suya! —gritó Tritón, pero ellos nada más siguieron burlándose, disfrutando ver como peleaba por algo que no iba a conseguir.

Finalmente, uno de ellos, un rubio de ojos verdes alto, fuerte y claramente prepotente, se cansó de mirar el espectáculo así que tomó un arpón de punta filosa y lo lanzó directamente a la cola de Tritón haciendo que este gritara fuertemente ante el dolor pues la punta contenía un veneno que rápidamente se fue esparciendo por su cuerpo, necrosando escama por escama, quemando su piel y debilitándolo.

Tritón soltó la navaja, después la red y mientras gritaba, mientras caía a la profundidad del océano sin poder siquiera moverse pues su cuerpo se sentía como una roca pesada, miró como esos hombres tomaban a su hermosa sirena.

Desde ese día Tritón no volvió a saber nada de ella y las aguas, desgraciadamente, se contaminaron matando a cada ser marítimo habitante, excepto a él.



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