Mini fanfic parte #4
- Malika
- 16 jul 2022
- 10 Min. de lectura
Narra Vicenta
Llegar al comando es sentirme dentro de Disney porque a donde mire hay príncipes y princesas. Tomo las orillas de mi falda para alzarla un poco ya que no deseo ensuciarlo. La emoción que siento es indescriptible, podrían matarme ahorita mismo y me iría feliz porque estoy cumpliendo un sueño que de niña siempre quise. No sé qué pasó en la cabeza de Jake para organizar esto, pero se lo agradezco mucho, no sabía que necesitaba una fiesta de este tipo hasta hoy.
Con paso certero y elegante avanzo al interior de la base donde suelto mi falda para soltarla y avanzar con el mentón en alto hasta el salón. La forma en que mi pobre corazón late violento dentro mi tórax no es normal, es tan intenso que incluso duele, es como si ese órgano vital supiera algo que yo no, como si estuviera gritando que me llevaré la sorpresa de mi vida una vez ingrese al salón. Lo cierto es que busco calmarme, tampoco deseo ser llevada de emergencias al hospital militar por desmayarme. ¿Quién pierde la consciencia en una fiesta? Cierto, ¡nadie!
Mis curiosos ojos rastrean los pasillos reparando en las parejas que ríen mientras caminan a su destino. Vislumbro a la princesa Jazmín y a Aladdin, pero también al genio de la lampara, Jafar, Abu, Sultán e incluso Rajah. La originalidad que tuvieron los soldados para vestirse así me tiene anonadada. Entonces veo como Jazmín se detiene y me quedo pasmada al ver que se trata de Sandhi, a su lado está su marido como Aladdin, lucen preciosos.
—¿Estás seguro que no me veo mal? —pregunta ella, acomodándose la diadema cuya piedra azul en el centro brilla.
—Segurísimo, cariño. Estás divina.
Mi amiga se ruboriza haciéndome sonreír. En todos estos años que llevo conociéndolos nunca he mirado que discutan o se falten al respeto. Siempre son así de lindos, amorosos y respetuosos, algo que les he envidiado porque a mí me ha tocado lo peor. Si tan solo mi esposo hubiese tenido el carácter del capitán Kozcuoğlu lo amaría como loca pues Esteban no es feo, de hecho, es muy guapo, tiene todo lo que enloquece a una mujer, pero es un abusador, un violador asqueroso que no respeta tus negativas, un monstruo que hiere con tal de conseguir sus objetivos porque con él su palabra es ley.
Mis ojos empiezan a escocer al recordar lo lindo que fue conmigo la primera vez que nos conocimos. Me dio su celular sin conocerme, me invitó a comer, a la feria, me compró una tortuga, me llevó a casa más de una vez y me permitió dormir con él porque, extrañamente, en sus brazos no tenía pesadillas. Es irónico pensar eso porque, ¿cómo iba a estar en paz en brazos de un monstruo? ¿Él espantaba mis demonios? No lo sé y no quiero averiguarlo, solo sé que lo consideré un príncipe, uno que me volvió tan adicta y dependiente. Hice todo para complacerlo, todo para que no me abandonara como Sianya y Santiago lo hicieron, pero ni eso fue suficiente. Mi burbuja se pinchó demasiado pronto y el matrimonio solamente me ató alambres de púas en mi carne.
Quise amarlo, Dios sabe que deseé amar a Esteban con mi alma para justificar lo que me hacía, pero jamás pudo penetrar en mi corazón. El único que ha estado clavado como una daga ha sido… No, él no. Es mi hermano y me abandonó, eso es algo que jamás pienso perdonarle, menos cuando ni siquiera ha tenido la consideración de explicarme por qué se largó cuando más lo necesitaba.
Santiago no solo se llevó mis primeras veces consensuadas cuando fui una niña, sino que fue el primero en romperme como un frágil jarrón de cristal al cual dejas caer con intención de verlo hecho trizas. Su ausencia marcó un antes y después en mi vida, su lejanía provocó una herida supurante que jamás ha logrado cerrarse por completo. Sí, la herida hizo costra, pero apenas recordaba lo que viví a su lado se abría nuevamente y esta vez doliendo peor que la primera vez.
¿Cómo algo que amé pudo dolerme tanto?
Si tan solo él me hubiese dicho que deseaba irse lo habría comprendido, después de todo entiendo el cansancio que seguro tenía, pero no lo hizo. Calló, omitió y al final me abandonó.
Mis ojos derraman lágrimas para cuando entro al maldito salón y me odio por eso. Se supone que es una fiesta para olvidar las penas y el trabajo, pero mírame, estoy aquí llorándole a un recuerdo porque el hombre que apareció en la base reclamando un puesto de suplente no es ni la pizca del que me crió y cuidó.
Este hombre al cual llamo coronel, al cual le permito abrirme de piernas porque no tengo una voluntad tan fuerte para negármele, es un animal sádico y salvaje que aborrece a todo el mundo, incluida a mí. Me ha dejado en claro una y otra vez que no significo nada para él y aquí sigo pensándolo, evocándolo, extrañándolo. ¿Qué tan estúpida debes ser para desear como demente a alguien como él? Definitivamente ocupo terapia.
Dandelions de Ruth B resuena de fondo y yo estoy que no puedo con el dolor en mi pecho. Es por eso que decido irme, porque, ¿a quién engaño? ¿De qué me sirve una noche linda de princesa cuando en la vida real soy una mártir que jamás dejará de sufrir por pasiones y deseos inmorales? ¿De qué me sirve interpretar una canción si al finalizar me dejará un latente vacío?
Muerdo mis labios con rabia y dolor probando mi propia sangre cuando brota para luego darme la media vuelta e irme, pero apenas lo hago me estrello como un huevo cayendo al piso, contra el tórax de alguien cuyo gabán azul marino con bordados color oro me encandila porque yo he visto esta vestimenta en una película.
Es el príncipe Adam.
Es la Bestia, mi pareja de la noche.
Me da miedo alzar el rostro porque no quiero llevarme una decepción pues internamente tengo las expectativas altas, y creo que mi pareja lo nota porque sus dedos se atreven a tocarme la mejilla y yo, sinceramente, no pongo renuencia.
El roce es inocente, dulce y grácil como una pluma de algún ave, algo que me rompe las neuronas porque jamás me habían tocado así, es como si buscara decirme que valgo cada diamante, cada rubí y cada lingote de oro en el mundo.
Me hace sentir atesorada y especial.
La Bestia encaja mi barbilla entre su pulgar e índice para levantarla de forma muy lenta, casi mágica, y si en el pasillo mi corazón estaba causando guerra, ahorita la ha perdido de modo que ha involucrado a mis pulmones quienes inician su propia contienda dejándome sin aliento.
El sonido de un piano se escucha al fondo, pero todo lo que yo puedo perpetuar en mi tímpano es la respiración agitada que sale de su boca y la mía, ambas mezclándose para unificarse, para dejar en claro tantas cosas que no quiero pensar porque me voy a derrumbar. Estoy tan alucinada, tan hechizada por él, por sus ojos, por su porte, que ni siquiera percibo como nos lleva a la pista dónde enrolla su grande y fuerte brazo en mi cintura para adherirme más a él de modo que mis pechos se comprimen contra él y mis narices capturan todo su exquisito perfume que me eleva. ¿Por qué debe oler tan rico?
Nuestras pelvis, pese a que estamos en un lugar público, quedan tan juntitas dejando en claro que entre nosotros no existe solamente un lazo sanguíneo, sino un lazo íntimo que no podemos romper por más que queramos ya que es una maldición, una dulce condena que nos perseguirá vayamos a donde vayamos. Es un tipo de lenguaje corporal que si alguien analiza se quedaría petrificado porque solo los amantes juntan cada parte de sus cuerpos cuando están cerca como nosotros.
—Estás hermosa, Sirena… —me dice en ruso, bajando su cabeza para quedar a mi altura. El rostro se me calienta ante su halago que inconscientemente busco alejarme, pero él no me lo permite porque vuelve a capturarme para pegarme a él dejando en claro lo que siempre dice y es que le pertenezco.
Mi corazón sufre más daños.
—T-Tú también lo estás, Santi.
—¿Sí?
—S-Sí. Estás guapísimo con este vestuario.
El coronel esboza una sonrisilla torcida de completa satisfacción que hace daños en mi cuerpo pues pocas veces lo miro así de relajado.
Con su mano libre toma mi brazo para llevarlo a su cuello y sé lo que debo hacer, por ello, elevo el otro hasta juntar mis dedos tras su nuca. Santiago se relame los labios y se inclina buscando un beso que no le doy porque estamos en público y suficiente espectáculo estamos dando.
—Puedes resistirte todo lo que desees —dice en voz baja, mortal—, pero nuestra cadena se acorta conforme pasan los días, Vicenta. Llegará un punto donde alejarnos nos causará malestar físico, emocional y mental.
—Tonterías —refuto buscando alejarme, pero se resiste.
—Buscas negarme, negarnos, más ambos sabemos que muy pronto estarás tan hambrienta de mí que tú solita me devorarás más que la boca.
Trago saliva porque la forma tan convincente en que dice eso comprueba lo enferma que estoy de él.
Santiago es mi veneno, ese que me aniquila lentamente, pero también es el antídoto que me recuerda cuan humana soy ante los errores que cometo cada que termino en las redes del incesto e infidelidad por su culpa.
—No creo. Fui clara cuando dije que lo nuestro terminaba.
—Terminará el día que te mate o me mates, antes… ¡Jamás!
—Santiago…
—¡No! —me toma de la mandíbula con esa brusquedad violenta que lo caracteriza. Mi clítoris punza porque salvaje me encanta y admitir eso nada más comprueba que en verdad algo está mal conmigo—. La puñetera muerte es la única que podrá terminar esto así que ya deja la testarudez a un lado, ¿quieres?
—Estoy casada, ¿es que se te olvida?
—Me importa una verga esa acta de esclavitud que tienes con Morgado.
—Pues a mí no. Mi deber es estar a su lado.
—¿Ah sí? ¿Y dónde está él ah? ¿Por qué no lo veo aquí reclamándote?
—Está ocupado, pero volverá para la boda.
—¿Cuál boda? —pregunta y la forma en que lo hace me deja en claro que le ha dolido—. ¿Cuál puñetera boda, Vicenta?
—La boda religiosa que tendré con él, Santiago.
El coronel tensa la mandíbula con tanta fuerza que noto como sus músculos se le enmarcan. Me clava los dedos en la parte baja de mi espalda haciéndome jadear en dolor. Está lastimándome, pero estoy tan acostumbrada al dolor que ejerce sobre mí que no me muevo. Simplemente acepto su tosco sentir.
—Sobre mi cadáver te unes ante Dios con ese bastardo.
—Pues ve comprándote una lápida porque pasará.
—No.
—Sí, pasará.
—¡Te he dicho que no! ¡No pienso dejar que cometas tal suicidio!
Cuando pienso que me soltará para despotricar su mierda sobre mí, no lo hace, en cambio, empieza a movernos al ritmo de la canción y mi cuerpo, reconociéndolo como siempre, se amolda a él, reacciona a él, así como dos piezas que embonan.
Las luces del salón se tornan en un tono amarillezco oscuro que hace juego con mi vestido y maldigo internamente por no alejarlo como debería. Ni siquiera tenía por qué decirle sobre la boda, supongo que lo hice para herirlo o quitármelo de encima, pero ya veo que eso jamás pasará.
Haga lo que haga, Santiago Cárdenas seguirá abrazándome con sus rudas garras mientras me clava los colmillos en la piel infectándome de la posesiva inmoralidad que nació hace tantos años entre nosotros.
Decido enfocarme en la letra de la canción antes de seguirme amargando, pero sé que es una mala idea cuando la letra me hunde.
My empty heart is bruised
Broke down my walls because of you
And though I'm six feet under
My anxiety is taking over
Don't you try and help me 'cause I know
I know only time can heal but it ran out
Mis ojos vuelven a arder y esta vez no me contengo, simplemente lloro entre sus brazos mientras seguimos bailando. Aparto la mirada para que no me vea así, pero su orden me hace anclar mis ojos con los suyos que me observan con rabia.
—No tienes permitido a arrebatarme mi tempestad favorita —gruñe y me hace girar de modo que ahora mi espalda queda contra su pecho el cual sube y baja con evidente agitación. Está enojado y se contiene—. Haz lo que te venga en gana, pero no me prives de tus ojos grises porque entonces me vas a conocer, Vicenta.
—Si en verdad fuese tu color favorito no me habrías abandonado cuando era una niña —rebato, porque si él me lastima, yo también lo haré—. Así que déjate de estupideces, ¿quieres?
Santiago ya no responde, la canción finaliza y me suelta con brusquedad haciéndome tambalear con los tacones de modo que caigo de rodillas al piso.
Y aquí está otra vez, el maltrato de mi hermano mayor hacía mí, su incapacidad de continuar el jueguito venenoso al que él mismo nos somete.
—Tiras la mordida llena de veneno, me lanzas pedrada tras pedrada para luego esconder la mano, pero cuando te la regreso no lo soportas —le digo porque sé que sigue tras de mí—. En verdad eres un hijo de perra que se lleva y no se aguanta.
—Me vale verga lo que pienses de mí —truena y me levanta con su brutal fuerza, esta vez provocando que mi pecho duela. Vuelvo a quedar pegada a su cuerpo el cual ya me tiene peor que un volcán de caliente—. Cálmate, limpia tus puñeteras lágrimas y ven a la sala de cómputo. Es una orden de tu superior.
—Por mí te puedes ir al carajo. —Echo a reír y me aparto de él. Me acomodo la corona y lo observo como si deseara matarlo—. No pienso caer en tus garras porque lo único que deseas de mí es sexo. ¿Y qué crees, Santi? Hasta el sexo tiene precio y tú simplemente ofreces miserias. Así que cuando puedas costearte a una diosa como yo, me buscas. De lo contrario, ¡piérdete!
Avanzo a la puerta porque en verdad no soporto a engreídos como él. Me tiene cansada y harta. Empujo la puerta con brusquedad mientras camino por el solitario pasillo escuchando el repiqueteo de mis tacones, sin embargo, no es lo único que se escucha ya que pasos impetuosos me alcanzan. No es difícil adivinar quién es porque puedo olerlo.
—Dos millones —dicen en ruso, la risa brotando de mi boca.
—¿Pesos o dólares?
—Dólares.
Que esté decidido a comprar un momento sexual conmigo demuestra dos cosas: uno, está muy urgido por tenerme y dos, lamentablemente sí me ve como una puta, tal como sospeché, y tal revelación me hace sentirme como basura. Pero vale, ¿quiere jugar? Hagámoslo. ¿Qué más da romperme otro poco? Total, dignidad no me queda, inocencia tampoco, orgullo mucho menos y ocupo dinero. Esteban no sé cuándo vuelva y debo tener con qué pagar la luz, el agua, el internet, el plan mensual del teléfono, el cable, comprar comida y pagar la guardería de Elaine porque todos mis ahorros se fueron en las compras que hice hoy. Y si él quiere usarme, mínimo le sacaré provecho, después de todo fui la puta de muchos cuando adolescente, ¿qué más da ser la de mi hermanito querido?
—No acepto transferencias, coronel —murmuro con voz dura, despectiva, pero el nudo se va formando poco a poco en mi garganta.
Santiago frunce el entrecejo no creyendo lo que he dicho, y qué bueno. Por nada del mundo puede saber que está hiriéndome de forma irreversible.
—Será en efectivo, capitana.
—Bien.
Le sonrío de una forma tan hipócrita que lo desconcierta más y continúo mi camino con el mentón en alto, pero bien que escucho sus palabras hirientes.
—¡En una hora te quiero en la sala de cómputo con ese vestido puesto!
¿Escucharon eso? Fue el corazón de Vic rompiéndose junto al mío porque Santiago lejos de cambiar para bien, empeora. Lastimosamente así es su personaje: cruel, salvaje, sin filtros.
Qué dicen ustedes, ¿creen que Vicenta se presentará en la sala de cómputo? ¿O lo dejará plantado?
Santi es un caso serio.😅😐
Jajaja amo ese hombre, aunque sea un maldito, pero espero que no valla jajaja aunque sabemos que ahí estará
Aquí sea o no sea un hdp Santiago y Vic son lo mejor que hay. Inmorales nacieron para amarse entre las llamas del infierno que ni el mismo diablo se atreve a avanzar con las cadenas que los atan hasta la inmortalidad. 🥺🔥💙